Historia


Esta es la historia mas antigua que se conoce de esta parroquia

Historia de esta parroquia
O de Leñapañada, Jurisdicción, Señorío, Coto redondo o Priorato, según rezan los escritos, de los Nobles Caballeros de San Juan de Malta.
Tiene curiosa historia y marcado carácter propio. Inhabitados, incultos, yernos estos terrenos en los siglos medios, obligado y peligroso camino de los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela, los Caballeros Hospitalarios, movidos de cristiana caridad y cumpliendo sus Estatutos, recabaron para sí tierras de Leñapañada, y fundaron hacia 1450 un monasterio, hospital y alberge de peregrinos, que encomendaron a varias freiras de la Orden. Pero los propósitos de los nobles Caballeros se frustraron por entonces, por que continuaron los peregrinos expuestos a peligros y asechanzas, y hasta las mismas religiosas no se conceptuaron seguras;  y amedrentadas, se trasladaron a un convento de Tordesillas, siendo reemplazadas por un Prior y tres freires o caballeros profesos que, ayudados de sus servidores, aislaban y defendían al peregrino, y administraban santamente las cortas rentas o donaciones que percibían de los lugares vecinos; pero como cesaron los peligros del tránsito ni los que aun ellos corrían, acabaron también, como las monjas sus predecesoras, por abandonar estos sitios, refugio de forajidos y gente de mal vivir.
No se conformo, empero, el Gran Maestre con el definitivo abandono del Señorío, y buscando medios prácticos para que tal desamparo cesase, pareció lo mejor a los Malteses poblar el paramo, reducido a cultivos, y, lograrlo, aforar la tierra, con muy exiguo canon, a cuantos allí se avecinasen.
Con tales propósitos regresaron Prior y freires, y hacen las tentadoras propuestas a los vecinos comarcanos: aceptadas por algunos, comienza lentamente a adquirir vida aquel lugar de muerte; y más tarde, otras gentes; venidas de lejanas localidades, aumentaron el numero de esos primeros habitantes, llegando aquel yermo suelo a ser cultivado y a poblarse el desolado desierto, muy a satisfacción de los juanitas, que rigieron el coto por Comendadores, con jurisdicción completa.
Tal fue el origen de la parroquia de San Juan de Villapañada –según la tradición y los escritos cuentan-, cuyos actuales y honrados moradores son descendientes directos de aquella gente amalgamada y advenediza.
Realmente el de Leñapañada, al ser entregado a los Caballeros de San Juan der Jerusalén, paso a ser, ipso facto, civil y eclesiásticamente, propio y privativo de una Ecomienda de esa orden religioso-militar.
Los primeros Comendadores rigieron justamente el sumiso coto, cumpliendo con lo estatuido; pero no así ninguno de los sucesores, que abusaron de sus especiales prerrogativas, trocándose más de una vez en azote de sus propios vasallos. Señores  de horca y cuchillo, gobernaban despóticamente, imprimiendo a sus actos un marcado carácter feudal.
La horca aquella, el temido instrumento de muerte, ostentose durante muy largo periodo en la sierra de Santa Mariña, pregonando a veces la crueldad del Comendador. Más abajo, en la “tierra de Santiago”, estaba el Consistorio con su cárcel, cepo y grillos, como era consiguiente.
El derecho de asilo le ejercieron los Comendadores con extremo rigor: criminal que huido de otros puntos trasponía los límites de San Juan, quedaba salvo; jamás era entregado; el Comendador no transigía, por más que lo reclamasen. ¡Los Comendadores! ¡Larga, eterna pesadilla de los de San Juan! ¡Sus protectores primero, y sus verdugos después!
Contaba el coto 1.527 días de bueyes (a prados 126, a labor 464, y el resto tierra inculta dedicada a pastos y arbolado) y 72 casas, 56 hórreos, 2 molinos y 93 colmenas; 9 zapateros, un sastre, 2 caldereros y una tejedora de lienzo con dos oficialas, por el año 1558.
Percibía la Encomienda, procedente de sus fincas con carácter foral, 73 fanegas de escanda y libra y media de cera, y por razón del vasallaje, cada vecino contribuía con un carro de leña o dos reales al año, y el juez electo, con media fanega de pan cocido, un carnero o dos pesetas, dos pollos o dos reales y un roble que llamaban anataliego, valorado en una peseta, precio mínimo. Percibía el Comendador, “sobre frutos y haberes”, el diezmo, que ascendía a 12 fanegas de escanda, 24 de maíz, 4 de judías blancas, 20 de castañas y dos carros y medio de hierba; y por leche y corderos, lechones y otras “avenencias”, recibía 32 reales.
Constituían los bienes libres de la Encomienda: catorce fincas laborables, de unas cuatro hectáreas de extensión; tres prados, de algo más de una hectárea, tres hórreos y los bienes de la Capellanía de Nuestra  Señora de Loreto, que eran cinco fincas laborables y un castañeo, sitios en la misma jurisdicción de San Juan.
No eran, pues,  como se murmuraba, los emolumentos y propiedades de la Encomienda lo bastante para creerse el Comendador un potentado, ni mucho menos. Por eso acaso quisieron los de Malta dar un corte de cuentas, declarando libres los bienes aforados.
¡Salvadora resolución, que trajo revueltos a siervos y Comendadores, durante el siglo XVIII! Vamos a relatar los echos  atendiéndonos a escritos que nos presento D. Areces, vecino de Villapañada.
Las primitivas fundaciones forales constaban solo en simples documentos privados que guardaba la Encomienda, y ni copia tenían de ellas los dueños del terreno útil; así que, prevalido de esta circunstancia los juanitas, se llamaron a la absoluta propiedad de las haciendas. Iniciose la cuestión en los comienzos del siglo XVIII, y a través de los años, aunque trabajosamente, iban los vecinos defendiéndose de las pretensiones de los malteses; pero llego el año de gracia de 1770, cayó sobre los siervos un turbión en forma de Fr. Nicolás Hortuza, Comendador, de tal guisa, que poco falto para que Leñapañada volviera a quedar inhabitado.
En el ruidoso pleito que surgió, no seguiremos a Hortuza en sus arrestos, en gracia de la brevedad; pero forzoso es declarar que fue un verdadero azote de los vecinos de San Juan; violento, atrabiliario, no perdono, a lo que parece, medio para arrebatarles sus derechos, pues tras de ocultar las fundaciones forales, que sustrajo del archivo de la Encomienda, maltrataba a sus vasallos con vejámenes y prisiones, a fin de que, empobrecidos y acobardados, concluyesen por abandonar tierras y lugares, dando motivo para arrendar a otros como libre los bienes aforados.
Y cerca anduvo de lograrlo; pero al ver aquellas gentes en peligro su hacienda, adquirida a fuerza de trabajo por sus predecesores, que poblaron e hicieron fructífero el ingrato suelo fertilizado por ellos también con el sudor de su frente, llegaron a las gradas de trono; pidiendo amparo y justicia contra los intentos y opresión de Hortuza, y Carlos IV yo sus quejas, considero sagrados los derechos que alegaban, y obrando en consecuencia, quedo humillado el orgullo del Comendador, que a poco pierde su jurisdicción alta y baja, mero, mixto imperio, real y eclesiástica, que tanto invocara para salir airoso en sus demandas. La calma siguió hasta que murió Hortuza.
Solo entonces , contra lo esperado, retoñan las discordias, promovidas esta vez, no por el hospitalario sino por su apoderado, al pretender también hacer pasar por  libres los  vienes todos  de la Encomienda; pero los vecinos de San Juan nuevamente protestan y se querellan, ante el propio Comendador, por suponerlo ajeno a las intrigas y sutileza de su mayordomo, y lo estaba, en efecto, o quizás temeroso de que resurgiesen los pasados pleitos, lo cierto es que dio la razón por entero a sus vasallos, los cuales prosiguieron viviendo en paz con su nuevo señor.
En esta conformidad se hallaban al llegar el golpe de 1821, por el cual, remitida Villapañada a la jurisdicción de Grado, estos habitantes acudieron en queja a la Diputación, a legando, como Peñaflor que toda vez siempre habían estado independientes (olvidaban los palos de los Comendadores), “y tenían Casa-Ayuntamiento, cárcel, archivo, con lo de más necesario para la administración de justicia” les correspondía disfrutar de Ayuntamiento Constitucional independiente, como en efecto lo disfrutaron.
Mas en nada se alteraron ni se quejaron los de San Juan en 1827 cuando el coto fue incorporado á Grado de un modo estable, pensándolo mejor, á nuestro parecer.
Otra vez se produjo el desasosiego en 1847 al ordenarse por el Gobierno la venta de bienes pertenecientes á las Encomiendas, debido a que la mayoría de los vecinos continuaban sin los documentos justificativos de su derecho, y tenían fueran enajenados como libres los fundos aforados.
Pero esta alarma fue pasajera, porque bastó se exhibiesen los antiguos escritos conteniendo los aforamiento, un libro catastro de 1752 y la sentencia contra Hortuza,  para que reconociera el Estado el legítimo derecho de estos sencillos aldeanos, que vieron para siempre, al fin, colmados sus afanes.
Cuando la invasión francés, ellos también sufrieron mil torturas; y al igual de Peñaflor, otorgándoseles socorros por su desinteresada y valiente conducta. Excelentes patriotas, atacaron sin descanso los destacamentos y convoyes enemigos que cruzaban la parroquia, haciéndose víctimas de terribles represalias; repetidamente la población en masa tuvo que huir, y por mandato del general Barthelemy fue entrado el coto a sangre y fuego, no consumándose la total destrucción sólo providencialmente.
Nada notable encierra San Juan, y si algo tuvo se lo llevaron.
Nos referimos a una antiquísima lapida, procedente de un Castro, sobre tierras de San Juan, hallada en parte en linderos del Concejo de Salas, habiendo quien supone, erróneamente, que el famoso “cipo” procede de otros sitios. El dibujo que de esta lápida hispano-romana presentamos, es copia exacta del que nos ha remitido el muy benemérito Sr. Ciriaco Vigil, diciéndonos:
“Este cipo, la mitad próximamente de un enorme sillar de seis pies de alto, fue descubierto en un Castro llamado el Castiello, y formaba el dintel de la puerta de la casa de Pedro Álvarez, situada al comienzo de la cuesta de Cabruñana, en el Concejo de Grado. Fue posteriormente recogido por mi amigo D. Fortunato Selgas, y le colocó en su egregia posesión de “El Pito”, en el Concejo de Cudillero. Del dibujo, más correcto que el anotado en mi libro de Epigrafía asturiana, pág. 390, y tubo la fineza de remitirme aquel amigo, mandé copia al ilustre Sr. D. Emilio Hübner, miembro del Instituto arqueológico de Berlín, y célebre epigrafista, quien me participó  en 19 de Agosto de 1887 su muy probable interpretación, en los siguientes termino: “mucho me interesa el nuevo dibujo de la antigua lápida de Grado que me manda usted, calculando que el eje del semicírculo haya pasado aproximadamente en medio de la cabeza de la mujer, casi seis letra faltaran al lado izquierdo del título. Por supuesto, los nombres no se pueden adivina; sólo para dar una idea del total, propongo los siguientes suplementos, ejemplo causa:
PELSINAE TALAVF      “a Pelsina, hija de Talavo,
RETVCENEA VXSORI       y mujer de Retugeno”.
Pelsina y Tetugenus son nombres conocidos por inscripciones encontradas en Galicia y en Asturias. El carácter de las letreas es bastante antiguo: lo creo casi de fines del primer siglo de nuestra era. Lo mismo se infiere de la falta de las fórmulas consuetas SD. M. y de otras indicaciones, como los años de la vida, el H. S. E. y demás, Muy curiosos son los ornados del cipo; tenemos en él un monumento altamente interesante de los primitivos habitantes de aquella parte de la Península”.
La gente de estos contornos ha forjado una novela respecto al cipo, diciendo cubría la tumba de la Reina de estos lugares, poderosa y buena, pero idólotra, por lo que Dios la castigó duramente, maldiciéndola, etc., y añaden que hace tiempo se hallaron en el sepulcro gran cantidad de alhajas y cosas de oro macizo.
Lo que sí se deduce del hallazgo y de los restos de muy antiguas construcciones descubiertas en los mismos lugares, es que en los primeros siglos de nuestra era no estaba despoblado ente territorio como lo estuvo absolutamente en los medios. ¿A qué fue debida esta posterior despoblación?
Cumplidamente nadie satisfizo esta pregunta.
En la actualidad, es villa panada una parroquia relativamente rica por la actividad y aptitud de su hijo, acreditados de excelentes traficantes y de algo... trapisondistas, a decir verdad. Hablan el bron (que se supone céltico), jerga gitana importada en los primeros tiempos por varias familias de caldereros, y que emplean solamente, según se cuenta, el fraguar alguna trampa para que no les entiendan. Su modo de ser les hace realmente distinguirse un poco de los demás habitantes del Concejo, acusando su procedencia de gente aventurera o extraña>; pero no descienden de los judíos, como asegura el vulgo, siendo lo cierto que la generalidad procede en todo honradamente, y sus defectos tienden a exagerarse.
La presentación del Curato dicho está que era de la Religión de los Caballeros de Malta, y el Frey era el cura, y en su defecto un vicario que elegía la Orden, y en el ínterin el Obispo de la Diócesis lo designaba. Sin permiso del cura, los demás clérigos, aun siendo del Obispado, no alcanzaban licencias ordinarias para celebrar misa en San Juan; el Comendador no reconocía ningún Arciprestazgo. Presentan ahora Valdecarzana, peña de Francia, Álvarez Nalón y Rañeces.
La famosa feria de Santiago tenía lugar en esta parroquia, y en la ya derruida capilla del Apóstol decíase la misa del día, colectándose para el Santo buena cantidad de limosnas entre los feriantes. Puede decirse que la feria comenzaba en Grado, parque en todo el trayecto, desde esta villa hasta San Juan, había concurrencia y puestos de venta, satisfaciéndose las alcabalas en las jurisdicciones respectivas, y los jueces de éstas se esforzaban para que no fuese en la suya donde el orden se alterase.
La romería de Santa Ana se celebraba igualmente en tierras de San Juan.
Feria y romería se acordó trasladarlas a Grado por los años de 1852, muy a disgusto de los vecinos de Villapañada.
Pero ya se han conformado, y olvidaron también más grandes penas; hoy sólo piensan en sus tratos y contratos, en cultivar sus tierras y en redimirlas del secular gravamen; viven felices, sin que altere su sueño… ¡el Comendador!
FUENTES: GRADO Y SU CONCEJO 1981 (Álvaro Fernández Miranda)


En el año 1899 Villapañada contaba con una población de 565 habitantes. 
En Acevedo había un total de 37 viviendas (35 de un piso y dos de 3 pisos).
En San Juan había un total de 42 viviendas (36 de un piso, una de dos pisos y cinco de tres pisos).
En La Llinar había un total de 17 viviendas, todas ellas de un piso.
En Rozadas había un total de 40 viviendas (35 de un piso, una de dos pisos y cuatro de tres pisos).

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